Toda la gente a la que quiero está lejos de mi, y me pregunto si los abracé lo suficiente. En tanto que los extranjeros sólo te dan la mano (cuanto más lejos mejor), echo de menos los besos y los abrazos que me suelo dar a diario con mis padres, mi hermana y mis amigos.
Ello hace que, inevitablemente, uno mire alrededor para comprobar si está abrazando suficiente a quienes le rodean y le importan. Y comprende que hay mucho abrazo vano y mucho besuqueo en el aire, pero que nos falta acercar el pecho, una de esas transmisiones de afecto que el otro metaboliza, que acompañan. Supongo que estamos en una época en que el contacto físico sentido, no el de las palmadas en los hombros ni las formalidades, acobarda.
Ello hace que, inevitablemente, uno mire alrededor para comprobar si está abrazando suficiente a quienes le rodean y le importan. Y comprende que hay mucho abrazo vano y mucho besuqueo en el aire, pero que nos falta acercar el pecho, una de esas transmisiones de afecto que el otro metaboliza, que acompañan. Supongo que estamos en una época en que el contacto físico sentido, no el de las palmadas en los hombros ni las formalidades, acobarda.